A Diario

Fue un día curioso el de ayer. Salíamos de Madrid Barajas con el peloteo de calentamiento en la Philippe Chatier y muchas incertidumbres respecto al desenlace de una final en la que bien pudo haber estado también Rafa Nadal de haber corrido con mejor suerte en el sorteo. El caso es que dos horas después aterrizábamos en Zúrich rodeados de anuncios de relojes, chocolates y productos varios con la imagen de Federer y Wawinkra, ambos vencedores en París aprovechando algún que otro ínterin en la hegemonía española en la catedral del tenis sobre arcilla. Seguía batallando Alcaraz. Hora y media después, bajo una incesante lluvia que inundó la autopista fronteriza con la Selva Negra, arribamos a este singular enclave, Villingen-Schwenningen, en el que las terrazas se abren al mínimo rayo de sol y las grandes pantallas de televisión eran testigos de la derrota de un alemán del norte ante un español de Murcia dispuesto a batir récords inimaginables. 21 años, tres Grand Slams, uno en cada superficie, carisma a raudales